jueves, 20 de mayo de 2010

De una forma silenciosa

De una forma silenciosa
El camión en el que viajaba era horrible, los asientos sucios igual que el piso, volteo a mi alrededor y la gete encaja perfecto dentro del camión, todos descuidados, desaliñados, camisas viejas, todo roto, todo decadente. Termina el corto trayecto pero largo viaje de Santa Fe hacia Tacubaya,
No podría llegar a otro lugar el camión más que a Tacubaya, donde se bajan todas las personas que combinan con el camión y suben otras personas iguales, las calles llenas de vendedores ambulantes, charcos, y todo negro y gris, los agujeros del asfalto y la basura que los rellena.
Bajé del camión y camine por la calle un pequeño tramo donde se estacionan los camiones que llegan al paradero, cruzando por pequeños espacios entre los camiones e intentando brincar los charcos.
Dentro del metro el agua de los charcos de la calle es arrastrada por las pisadas de la gente que entra y va llenando de lodo todo dentro del metro.
Después de recorrer pasillos y bajar escaleras llego a la taquilla del metro, aviento las monedas, me regresan el cambio y el boleto también aventándolo, una señora gorda que usa lentes negros de pasta, que se adivina que esta sentada en un banco alto.
Iba a meter el boleto para pasar el torniquete de la entrada y un policía me detuvo para pasarme descuidadamente un detector de metal.
Ya adentro continua el laberinto de pasillos y escaleras, bajo primero para cambiar de línea por que el camión me deja en la línea café de Observatorio a Pantitlan.
Ríos de gente fluyen bajo tierra, chocan las corrientes y forman turbulencias, salen mareas de gente caminando de los andenes del metro, chocando entre si una ola saliendo y la otra queriendo entrar. Sigo caminando por los pasillos largos malolientes y calurosos, pasillos estrechos con cámaras de seguridad y pasillos anchos con policías.
Después de bajar y subir llego a la línea rosa, la tomo de Tacubaya a Insurgentes, pasan frente a mi grupos de gente, todos parece que se han bajado del camión en el que venía, grupos de homosexuales se van a los vagones del fondo.
Casi sin gente logré sentarme.
Salí a la glorieta de Insurgentes, eran las diez de la mañana todo el concreto tenía un reflejo blanco o amarillo del la luz que pegaba directo sobre él. Caminé y estaban levantando el pavimento, lo que provocaba que se levantara toda la tierra y se hicieran nubes de grava y polvo.
Me senté en una maceta donde no había nada más que la tierra donde quizás alguna vez hubo un árbol y prendí un cigarro, estaba en medio de la ciudad pero no había nada que decir, creo que ya toda es igual, había un puesto de tacos con un estero conectado a un poste de luz, gente comiendo tacos, gente caminando, y gente nada mas.
A las 11 llegué a la escuela de mis amigos, donde los iba a ver, cuando llegue ya había llegado Genaro y como tenía sed por haber fumado le dije que me acompañara por un café. Me llevo a la glorieta de Cibeles donde hay un pequeño café, después de hacer varios minutos de fila entre señoras con trajes deportivos y perros pequeños, me dieron una café malo.
Me senté en una mesa a platicar con Genaro y vi a la gente que visitaba el café, una muchacha argentina, usaba unas botas para la lluvia. Estaba hablando de que pronto se regresaría a Argentina y estaba pensando en como llevarse a su perro. Luego llegó una pareja una mujer con pantalones acampanados y lentes de sol que también era extranjera o por lo menos no de la ciudad, con alguien que parecía un pintor, al menos su ropa era la de uno, tenía manchas de pintura por todos lados. Me interesaba muy poco de lo que hablaran.
Regresamos a la escuela y ya estaban todos, pero nadie de ellos era mi amigo, mas que Fabián.
Estaba mal sentado y me dolía la espalda pero no había otra forma de que no me diera el sol y pudiera platicar con Fabián y Genaro.
Nos fuimos a casa de uno de los compañeros de Fabián, íbamos todos apretados en un coche no hablé casi, no tenía ganas de platicar con nadie, o quizás era que ya sabía de antemano que no tenía absolutamente nada en común con las personas que iban en el auto.
Llegamos y nos sentamos, yo no tenía nada que hablar con nadie, aunque lo hubiese intentado no era posible sus intereses son muy diferentes.
De todas formas nadie hablo en un buen rato, solo estuvieron sentados todos en silencio tomando cerveza, y cantando canciones que yo no conozco.
Durante mucho tiempo de la fiesta no platique con nadie solo estaba callado, y mis amigos estaban intentando poner música pero las niñas no los dejaban por que querían cantar.
Las niñas eran una judía gorda que nunca habló, pero tampoco guardó silencio solamente cantaba, y la otra no tenía ninguna característica sobresaliente o que pudiera hacer que al hablar de ella uno pudiera ser especifico, solamente era flaca y rubia.
Se acerco uno de los compañeros de mis amigos, Isaac, que quiso platicar conmigo, pero no sabia que decirle, hablaba de cosas que yo no conocía o de las que realmente no quería hablar, de política y música, podría durar años una platica como la que él comenzó sin poder llegar a ninguna conclusión, el defendía lo que a el le gustaba, y yo no quería que él cambiara de opinión quería que cambiara de tema pero volvía siempre al mismo tema.
Después llegaron otras dos personas, otra amiga del dueño de la casa y su novio.
En esos momentos todo me importaba poco, no se por que fui, en realidad no estaba de humor para nada, fue un mal día para salir.
Todo mundo en la fiesta ya estaba borracho y estaban pelando mis amigos con las niñas por poner música, no me quise meter, no era mi casa.
Escuchaba a las niñas quejarse de la música que ponía Genaro, la quitaban y decían –Por favor pon algo normal.
Entonces ocurría que escuchaba a gritos canciones normales de rancheros, las canciones venían del equipo de sonido, y los gritos, de las tres que estaban en la fiesta.
Genaro intento volver a poner su música y le dijo el novio de la muchacha que llego al final –Escucha buena música, escúchala bien, esta bien lo que ponemos.
Creo que se requiere un ejercicio mental para diferenciar lo bueno de lo malo, ese ejercicio mental, al igual que todos los demás ejercicios de la mente obviamente no eran practicados por él.
Así después de tiempo de pelear dejaron la música de las niñas.
La fiesta acabó, para mí por lo menos, viendo a las niñas jugando dominó mientras tomaban cerveza y cantaban canciones.
De una forma silenciosa veía todo lo que pasaba, veía las caras de la gente de la fiesta, vi lo normal de la fiesta, y cayó pesadamente sobre mí una realidad triste sobre el género humano, de la forma más absurda además, estaba sentado en frente de mí, con una camisa tipo polo y una gorra al revés cantando cumbias y tomando.
Fue ese el momento en que me regrese al metro.